Edward Róger Churnside Harrison
Un buen amigo suele decirme entre serio y broma: “No me pierdo tus artículos, para ver si algún día te entiendo”. Y tiene razón: trato de ser tan preciso en el uso del lenguaje que, muchas veces, yo mismo me pierdo en sus intríngulis y sutilezas; pero también descubro significados o sentidos importantes y sorprendentes, tanto en lo que dicen y escriben otros, como en lo que yo digo y escribo. Un ejemplo con numerosas implicaciones en el uso corriente y cotidiano, así como en el análisis científico y la comunicación intuitiva es la palabra “tiempo”.
San Agustín, en sus CONFESIONES, escribió: “¿Qué es tiempo? Si no me preguntan, lo sé. Si me preguntan, no lo sé”. Y, en COCORÍ, Joaquín Gutiérrez Mangel hizo por lo menos tres bellas distinciones y relaciones entre tiempo de niños, tiempo de animales y tiempo de plantas. Por mi parte, durante más de veinticinco años vengo estudiando tiempo en ciencia social, específicamente cuanto se refiere a organizaciones, que son infinitas en número y diversidad. Como resultado, he escrito dos libros y varios artículos personales sobre la materia; además, edité un tercer libro en que participamos veintidós académicos e investigadores de quince países y universidades diferentes distribuidos por los cinco continentes. ¡Con permiso!
Para comunicarse con precisión, es necesario distinguir entre tiempo físico-natural y tiempo psíquico-social. Cuando alguien dice “el año pasado se me fue rápido (o lento)”, obviamente no se está expresando correctamente o claramente: un “año” es la duración de la vuelta de la tierra alrededor del sol; y, a no ser que ocurra algún fenómeno cosmológico (que tendría efectos cataclísmicos), un “año” no puede ser más “rápido” o “lento” que otro. Es decir, “año” es una medida de tiempo físico-natural, la cual no varía normalmente de modo perceptible; entonces, quien utiliza esa frase no se está refiriendo a un “año”, sino a otra “cosa”, diría Mario Bunge, el físico y filósofo argentino residente en Canadá, que enseña en la Universidad de McGill (Montreal).
Sospecharía que esa persona se refiere a tiempo psíquico-social: medido por movimientos o cambios sociales, por ejemplo, la producción o actividad productiva de una empresa, comparativamente con tiempo natural. Claro está: como la primera puede aumentar (o disminuir); entonces, sí tiene sentido afirmar que nuestra producción (tiempo social) este año (tiempo natural) fue más rápida (o lenta) que el año pasado. Tiempo psíquico-social refleja la duración de un movimiento o cambio realizado (“durée”, dicen los sociólogos franceses) por seres humanos relativo a la de un cambio o movimiento percibido en su contexto físico-natural.
¿Lo anterior suena complicado? De hecho no lo es, pero, aunque lo fuera, es real. No es igual una acción de -lo que acontece con- un ser humano o conjunto de seres humanos, a lo que ocurre en su contexto (su ambiente natural). Tiempo social y tiempo físico, miden duraciones de cosas muy diferentes; mezclarlas o usarlas como si fueran iguales genera gran cantidad de ambigüedades, contradicciones y confusiones. Inclusive científicos sociales de máxima distinción o fama, cometen esos errores; no mencionemos a la gente común y corriente.
Puedo hacer otras ilustraciones, tanto con esa palabra de uso frecuente -todos los días- como muchas otras. Cuando mis interlocutores hablan así, aún científicos sociales y pido explicaciones sobre lo que están tratando de decir, nos solemos frustrar mutuamente; y, frecuentemente, no hay más remedio que suspender la conversación, cada parte pensando que la otra está exagerando, molestando o bromeando.
Estimado lector, estimada lectora, si con lo que he escrito arriba, usted llega a esa conclusión, sinceramente no le culpo. Sólo le pido pensar … y podríamos hablar.
Popularity: 1% [?]